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En el pasillo de los enlatados, entre los elotes y los chícharos, justo al lado de las salsas, tuve mi primer bochorno. Había mandado a una de mis hijas por las tortillas y estaba discutiendo con mi hijo, quien insistía en comprar más dulces de los que puede ingerir un ser humano, cuando de pronto sentí como si hubieran encendido un boiler dentro de mí. La flama nació en mi estómago y se propagó rápidamente por mi cuerpo hasta llegar a mi cabeza. El sudor no tardó en llegar y empecé a gotear mientras mi hijo me miraba perplejo. Tomé una de las cajas de galletas que tenía en las manos y comencé a abanicarme con fuerza.
Que las cosas más trascendentales sucedan en el súper me parece una congruencia perfecta entre forma y fondo: la vida y la muerte se tejen en el telar de lo mundano y es sólo en retrospectiva cuando podemos señalar los nudos en el entramado, esos momentos que tienen sabor a rito de paso. Pensaba en estas cosas parada en la fila de la caja 18, con la blusa mojada y la sensación de que algo se acaba mientras otra cosa empezaba. “¿Encontró todo lo que buscaba?”, me preguntó la cajera. “Algo que no buscaba me encontró a mí”, pensé.
La menopausia llega como muchas cosas en la vida: de pronto. Como la adolescencia, la muerte o la vejez. Al supermercado entré de 44 y salí de 85, o por lo menos, así lo sentí. Unas semanas más tarde ya contaba con un internista de cabecera, un cardiólogo, un problema de hipertensión y dos pastilleros que me regalé de cumpleaños. Es increíble cómo el tema de la presión puede estar tan ligado a la menopausia. Ahora que me he empapado del tema, veo cómo muchas veces los doctores nos medican para tratar la hipertensión sin entender que la detonó el cambio hormonal. Pero, aunque mi doctor sí logró diagnosticarme bien, las hormonas artificiales no han sido un gran alivio para mí, al revés, me han hecho sentirme como embarazada, con náuseas, inflamación y malestar. Ahora soy una matrioshka de síntomas.
Yo que siempre me quise comer al mundo, el otro día lloraba mientras pensaba: “Ahora sí me voy a morir sin conocer Italia”. Y es que conocer ese país siempre ha sido mi sueño. Pero ese día me sentí acabada, en el fin de mi camino. Luego me reí de mí, es increíble lo rápido que una cae en pensamientos catastróficos en esta etapa.
Con todo y todo me siento afortunada. Creo que tengo suerte de vivir en una época en la que estamos comenzando a hablar abiertamente sobre la menopausia. Con mis amigas estamos empezando a abrir el tema. Nos damos consejos, nos reímos y nos ayudamos. También siento que hoy hay más recursos que nunca para atravesar mejor esta etapa. Pero de que es un momento complejo, lo es. Mis adolescentes andan en plena edad de la punzada y yo en un vaivén hormonal igual de fuerte. Tenemos material suficiente para escribir varios standups.
Creo que lo que queda es seguir adelante y andar por el camino como la gallina que cruzó la calle: simplemente para llegar al otro lado, con miedo, pero sin pausa, sin reglas, encontrando tal vez más de lo que buscaba, y dejando que eso que me busca inevitablemente me encuentre por fin.
Póngame esa menopausia en una cajita de cartón, o si no cabe me la llevo así en las manos y veo cómo la acomodo en el coche, apretada entre eso que fui y lo que voy a ser.
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