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La dieta mediterránea: si bien no hay una dieta perfecta para todas, la dieta mediterránea ha ganado popularidad por sus efectos positivos, desde la salud mental hasta la pérdida de peso y la recomendamos para aliviar muchos de los síntomas de la menopausia. Es baja en grasas saturadas y proteínas animales, rica en antioxidantes y fibra, antiinflamatoria, y baja en carbohidratos y azúcar. Elimina la mayoría de los azúcares refinados y concentrados y se enfoca a verduras, frijoles, frutas y granos enteros sin almidón. Se considera “baja en índice glucémico”, así que no aumentará dramáticamente nuestro azúcar en la sangre. Acuérdate que el aumento de la glucosa aumenta la insulina, y aumenta el peso.
Utiliza el aceite de oliva como principal grasa de adición: el aceite más utilizado en la cocina mediterránea. Es un alimento rico en vitamina E, beta-carotenos y ácidos grasos monoinsaturados que le confieren propiedades cardioprotectoras. Este alimento representa un tesoro dentro de la dieta mediterránea, y ha perdurado a través de siglos entre las costumbres gastronómicas regionales, otorgando a los platos un sabor y aroma únicos.
Consumir alimentos de origen vegetal en abundancia: frutas, verduras, legumbres, champiñones y frutos secos. Las verduras, hortalizas y frutas son la principal fuente de vitaminas, minerales y fibra de nuestra dieta y nos aportan al mismo tiempo, una gran cantidad de agua. Es fundamental consumir 5 raciones de fruta y verdura a diario. Gracias a su contenido elevado en antioxidantes y fibra pueden contribuir a prevenir, entre otras, algunas enfermedades cardiovasculares y algunos tipos de cáncer.
El pan y los alimentos procedentes de cereales (pasta, arroz y especialmente sus productos integrales) deberían formar parte de la alimentación diaria: el consumo diario de pasta, arroz y cereales es indispensable por su composición rica en carbohidratos. Nos aportan una parte importante de energía necesaria para nuestras actividades diarias.
Es importante tener en cuenta la sensibilidad al gluten no celíaca o Non-Celiac Gluten Sensitivity (NCGS). Se manifiesta con síntomas específicos, parecidos al cuadro clínico de la enfermedad celíaca. El diagnóstico se lleva a cabo verificando la reacción a la alimentación sin gluten, después de haber descartado la enfermedad celíaca y la alergia al trigo. Por lo tanto, se determina con un diagnóstico de exclusión: primero debe descartarse la enfermedad celíaca y la alergia al trigo (dos procedimientos con diagnóstico conocido). Si sospechas de alguna intolerancia al gluten tales como diarrea, fatiga, pérdida de peso, inflamación y gases, dolor abdominal, náuseas, vómitos y estreñimiento, evita granos como el trigo, la cebada, el centeno y trata de consumir granos integrales.
Los alimentos poco procesados, frescos y de temporada son los más adecuados: los alimentos poco procesados, frescos y de temporada son los más adecuados. Es importante aprovechar los productos de temporada ya que, sobre todo en el caso de las frutas y verduras, nos permite consumirlas en su mejor momento, tanto a nivel de aportación de nutrientes como por su aroma y sabor.
Consume diariamente productos lácteos, principalmente yoghurt y quesos: nutricionalmente se debe destacar que los productos lácteos como excelentes fuentes de proteínas de alto valor biológico, minerales (calcio, fósforo, etc) y vitaminas. el consumo de leches fermentadas (yoghurt, etc.) Se asocia a una serie de beneficios para la salud porque estos productos contienen microorganismos vivos capaces de mejorar el equilibrio de la microflora intestinal. Te sugerimos que sumes a tu dieta yoghurt griego, queso de cabra, queso feta o mozzarella y quesos maduros.
Consume carne con moderación y si puede ser como parte de guisos y otras recetas y las carnes procesadas en cantidades pequeñas y como ingredientes de bocadillos y platos: el consumo excesivo de grasas animales no es bueno para la salud. Por lo tanto, se recomienda el consumo en cantidades pequeñas, preferentemente carnes magras, y formando parte de platos a base de verduras y cereales.
Consume pescado en abundancia y huevos con moderación: se recomienda el consumo de pescado azul como mínimo una o dos veces a la semana ya que sus grasas – aunque de origen animal- tienen propiedades muy parecidas a las grasas de origen vegetal a las que se les atribuyen propiedades protectoras frente enfermedades cardiovasculares.
Los huevos contienen proteínas de muy buena calidad, grasas y muchas vitaminas y minerales que los convierten en un alimento muy rico. El consumo de tres o cuatro huevos a la semana es una buena alternativa a la carne y el pescado.
La fruta fresca tendría que ser el postre habitual: las frutas son alimentos muy nutritivos que aportan color y sabor a nuestra alimentación diaria y son también una buena alternativa a media mañana y como merienda. Siempre pueden ir acompañados por semillas y nueces. Si necesitas un poco de dulce en tu vida, puedes ponerle un poco de miel.
El agua: bebida por excelencia en el mediterráneo. Es fundamental en nuestra dieta.
El vino: toma vino en moderación y durante las comidas. Alimento tradicional en la dieta mediterránea que puede tener efectos beneficiosos para la salud consumiendo con moderación y en el contexto de una dieta equilibrada.
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